sábado, 16 de septiembre de 2006

Un encuentro inesperado

Yo había ido a Las Palmas a una reunión y antes tenía que resolver varias cosas. Estaban en la biblioteca haciendo teimpo cuando recibí un sms suyo invitándome a desayunar. Resulta que había venido por sorpresa el fin de semana. Hablamos por teléfono y le dije que iría pero que antes tenía que hacer varias cosas. Me dio permiso para ello y en menos de una hora las terminé todas y estaba rumbo al sur. Lo recogí en la puerta de su apartamento y fuimos a una pastelería de San Fernando a tomar un croasant vegetal y un zumo El y un café y un mantecado yo. Cuando lo vi lo encontré especialmente atractivo. No se si serían mis ganas de verlo, o que realmente estaba muy relajado o qué, pero me puse inmediatamente nervioso. Siempre tiene ese efecto sobre mi, y cuando aparece, inmediatamente me pone en situación de sumisión. Tras desayunar y hablar un rato mientras paseábamos volvimos al apartamento. Yo tenía que ir a comer a mi casa porque ya había quedado y El me había dado permiso, pero me quería usar esa tarde. Cuando llegamos y colocamos algunas cosas que habíamos comprado en una parada en un supermercado, se sentó en el sofá, abrió las piernas y me hizo sentar en el suelo entre ellas. El llevaba unas bermudas así que puse mi cabeza sobre sus rodillas....y me dejé ir, me abandoné completamente y sentí que todo desaparecía salvo El. El se convirtió en el único centro , no existía nada más. Seguimos hablando un poco y yo le expresé mi sumisión y sometimiento. Le dije que le serviría y que le había echado de menos. Aquello pareció gustarle y me dio varios besos. En un momento dado me subió, para darme uno y yo me abracé a él y hundí mi cabeza en su pecho. Me sentía completamente dependiente. Luego volví a mi situación en el suelo y seguimos hablando de cómo nos había ido, etc. Y entonces me agaché y le besé los pies, le quité las sandalias que llevaba y comencé a lamérselos. Fui muy cuidadoso y sistemático, recorriendo toda la planta y cada uno de sus dedos. Mientras tanto yo lo miraba y El había puesto esa cara que pone cuando está metido en una sesión. Cuando terminé con un pie seguí con el otro. Estaba duro como una piedra y mi polla presionaba contra un pantalón como pocas veces. El se dio cuenta y puso su pie sobre ella, presionando. Luego me acercó y me metió la cara en la entrepierna. Inmediatamente noté su polla también dura, y comencé a lamerla. Yo hacía tiempo que había dejado de ser yo y estaba más allá de aquel sitio y lugar. Había perdido la noción del tiempo y el espacio. Entonces se levantó y me llevó a la habitación. Por el camino le pedí permiso para ir al baño. Me sentó en el retrete y Él se quedó tan cerca que podía apoyar mi cabeza en El. Por supuesto la polla se resistía. Si hubiese orinado así habría mojado todo el baño.
-¡Mea!-dijo El.
Y tuve que presionar la polla para que no me saliera por fuera. Aún así fue un sufrimiento porque solo pude orinar a pequeños chorros que producían un ligero-medio dolor al tener la polla dura. Cuando terminé me levantó y me llevó a la habitación donde me hizo desnudar. Me puso de rodillas y le comí la polla. El me iba llevando, sujetaba mi cabeza con las dos manos y la utilizaba para darse placer. Yo era un juguete sexual en sus manos y estaban encantado con que así fuera. Mi erección seguía imperturbable. A poco rato me puso de espaldas, buscó algo en un bolso y noté como me ponía una capucha. El olor a cuero me embriagó. Me encanta esa capucha. Es de cuero duro, con orificios para nariz y boca. Cuando cerró fuertemente las cuerdas y noté como se apretaba me sentí completamente perdido, abandonado a mi suerte. Pocos segundos antes, mientras aún podía ver, de rodillas delante suya. Lo miré directamente a los ojos y le dije: "haré lo que quiera, diré lo que quiera, seré lo que quiera". Inmediatamente después de decir estas palabras me asaltó el temor. Las dije profundamente en serio, sentidas, pero hasta yo mismo me asusté un poco cuando salieron de mi boca. Ahora, con la capucha puesta, sin poder ver, solo podía saber que habían sido dichas en serio y que las estaba llevando a cabo. Iba a ser consecuente con esas palabras y no sólo en ese momento.
Yo seguía de rodillas y el trasteó en el ropero. Cuando se acercó noté que sólo tenía puesto una camisa..... de cuero. Sabía que se había comprado una en su último viaje a Berlín. La toqué, guiado por su mano y la lamí por todas partes: el pecho, el sobaco, la manga. La mezcla del olor del cuero de la capucha y el de la camisa fue brutal. Entonces El me dio poppers. Tiene un efecto inmediato en mi y me pone muy perro. Esta vez no fue una excepción. Le comí la polla como si me fuera la vida en ello. Luego me subió a la cama a cuatro patas y supe lo que venía a continuación, iba a tomar lo que era suyo, iba a poseerme. Aún bajo el efecto del poppers me abrí, agaché la cabeza exponiendo aún más mi culo y lo abrí más sujetando las nalgas con mis manos. Me hizo suyo de muchas maneras, a muchos ritmos. Tenía puestos sus guantes de cuero y yo gemía de placer y de sumisión. Mi polla seguía dura, lo que no ocurre a menudo cuando me penetran y El se dio cuenta, apretándola de vez en cuando. Yo había empezado a sudar hacía bastante rato. Yo puse mis brazos a la espalda, como si estuvieran atados, y realmente lo estaban por lazos invisibles, pero más fuertes que cadenas. Ahora, mientras escribo esto, aún los siento. Así estuvimos un rato hasta que se cortó abruptamente porque manché. El paró y me llevó al baño . Yo me sentía avergonzado pero ¿no es así como debe sentirse un esclavo la mayor parte del tiempo? Me limpié mientras El hacía lo mismo. Me ordenó que me quitara la capucha y tomara una ducha. Cuando salí me vestí y volví a sentarme a sus pies en el sofá. El estaba contento y me acarició como un perro. Quedamos para esa tarde y nos despedimos.
Cuando terminé de comer le mandé un sms y quedamos en el Centro Comercial Citta para tomar un café y un trozo de tarta. Llegué lo más rápido que pude, dejando el material en el coche. Con El estaba el amigo con el que se va de viaje y con el que había venido. Nos presentó y tuve que asumir una actitud normal porque no sabía hasta donde conocía su amigo nuestra relación. Llegamos al café Viena y nos sentamos. Había poca gente pero todos nos hicieron una radiografía. Pedimos y estuvimos hablando amigablemente. Como no sabía cómo comportarme probé un trozo de tarta pero luego pensé que incluso con su amigo presente era un esclavo así que esperé. En unos segundos me miró y con un movimiento de ojos me dio permiso para empezar. Fue como si poseyera el don de la telepatía porque lo entendí enseguida. Al terminar su amigo se fue al apartamento y nosotros nos quedamos mirando la tienda que está al lado del café. Está muy orientada al leather y disfrutamos mucho viendo libros y arneses. Como descubrí que había sido su cumpleaños, le pedí permiso para comprarle un regalo. Se mostró reticente pero aún así compré unas esposas y un par de pañuelos grises, del código de pañuelos. Representan el bondage pero también la sumisión.
Al salir salimos al apartamento y nos metimos en la habitación. Me ordenó sacar todas las cosas y se sorprendió de que todo aquello cupiera en la mochila. Me ordenó desnudarme y ponerme de rodillas. Me acarició y me besó. Luego me puso el collar y me enfrentó conmigo mismo en el espejo. Yo de rodillas con el collar, El de pie con su mano encima mia. Esto se repetiría varias veces durante la tarde. Luego me tapó los ojos con el antifaz, y también me puso la mordaza. Me dejó allí mientras oía abrir el ropero y sacar cosas. Supuse que se estaba poniendo la ropa de cuero. Efectivamente cuando se acercó la llevaba puesta. Me quitó la mordaza y comencé a lamerle todo el cuerpo, concentrándome en las axilas. Jugamos un rato en este plan. Luego me subió a la cama y me puso las esposas que acabábamos de comprar. Más que subirme me tumbó en ella. El se tendió boca arriba y yo me acurruqué a su lado. Estaba apoyado en su hombro, con las manos esposadas a la espalda. Entonces dijo:
-¡Cómeme la polla!
Yo me arrastré hasta más o menos donde pensé que estaba su polla y tenté hasta que la encontré. Me la metí en la boca y comencé a comérsela. Me encanta la sensación de cuando de va endureciendo a medida que la meto y la saco. En esta ocasión también me sujetó la cabeza y me fue guiando según sus ganas. Primero fue lento, luego aumentando la velocidad, luego más lento y así. Yo notaba el roce del cuero en mi mejilla. Entonces paró y me levantó . Me ató las piernas y luego las unió con una cuerda a mi collar. Tiró y tiró hasta que tuve que doblarme y colocarme encogido, con las rodillas en el pecho. Luego pasó la cuerda por la entrepierna y la ató a las esposas. Estaba inmovilizado. Así, con mucho esfuerzo, me levantó. Quedé en una postura inestable, soportado solo por las rodillas y la cabeza, pero con el culo expuesto, que creo era su objetivo. Aún así no podía abrirlo mucho porque había apretado las cuerdas de mis pies. A pesar de eso comenzó a jugar con él metiéndome los dedos. Yo notaba las esposas haciéndome marcas en mis muñecas por la tirantez de las cuerdas, pero no podía evitar gemir de gusto. Así estuvo un buen rato hasta que me soltó. Me ordenó que me vistiera y salimos a la terraza a tomar el aire. Estaba atardeciendo y no hacía demasiado calor. Estábamos allí cuando apareció su amigo para despedirse ya que iba a cenar. No había caído en la cuenta de que él había estado todo el rato en el apartamento. Durante el rato que estuvimos en la terraza hablamos de varias cosas y fue muy agradable. Al rato entró y yo fui detrás. Se sentó en el sofá y repetimos lo de por la mañana. Yo, de rodillas, a sus pies, hablando con El y diciéndole lo mucho que le había echado de menos y cómo deseaba servirle y obedecerle. Al rato se levantó y me quedé allí, de rodillas. Cuando volvió se había puesto las botas y el pantalón de cuero. Yo me agarré a su pierna, no deseando soltarme nunca. Yo sujetaba su pierna derecha, El levantó la izquierda y la puso sobre la mesa. Su negra bota quedaba completamente visible. Lo miré y El mantuvo mi mirada. No hizo falta nada más. Me lancé sobre la bota a lamerla, a limpiarla para El. No necesita limpiabotas, tiene la lengua de este pobre perro. La limpié por arriba completamente: punta, empeine. Entonces me volví y lo miré. Su cara me pareció que mostraba una mezcla de intriga y curiosidad, pero también de excitación. Y entonces lo hice: comencé a lamer la suela, y no lo hice cuidadosamente ni con asco. Saqué toda la lengua y la pasé por la suela desde la punta de abajo hasta arriba. Su curiosidad se volvió sorpresa y su intriga satisfacción, me señaló con el dedo para que me dijo algo que se me quedó grabado en mi interior: "A veces pienso que no eres capaz y luego me sorprendes haciéndolo".
Efectivamente en circunstancias normales no hubiera lamido las suelas de las botas. no me gusta porque me parecía antihigiénico. Sin embargo con El no me importa. Realmente sigo sin ser capaz de lamer suelas. Soy capaz de lamer sus suelas. El matiz es crucial.
Entonces volvió a ponerme las esposas y me llevó a la cocina. El apartamento tenía una barra, que estaba a la altura justa. Me tumbó y me penetró. Las sensaciones me inundaban y yo sentía un gusto increíble. Como otras veces se puso los guantes y sujetaba mis manos esposadas para seguir el ritmo, tirando de ellas. Paró. Entró en la habitación y salió con una vela roja, muy grande que encendió delante mia. Cuando la cera cayó por mi espalda gemí ligeramente y respiré hondo. La cera siempre produce en mi una mezcla de dolor y placer sutil; ni mucho ni poco. Echó varios chorros de cera por mi espalda y mis nalgas. Yo apretaba los puños y respiraba profundamente pero no grité ni una sola vez, ni supliqué que pasara ni nada por el estilo. Aguanté y estoy orgulloso de ello. Cuando dejó de echarme la cera me la fue quitando poco a poco con un cuchillo. Luego comenzó a tomarme de nuevo, empujándome contra la barra. En un momento dado me dio poppers y perdí la compostura completamente. Mis movimientos se hicieron más fuertes y rápidos, hasta el punto de que lo empujé hasta la pared y era yo el que me movía mientras El estaba allí quieto. Luego me hizo agacharme de rodillas, con la cabeza en el suelo, todo eso sin sacar la polla. Siguió follándome incluso cuando me tumbó completamente en el suelo. Estábamos así cuando dijo:
-No te quiero oir.
Inmediatamente callé y no dije nada más mientras me follaba. Ni gemí. Me penetró varias veces y entonces paró. Me levantó del suelo a duras penas porque seguía con las manos esposadas. Me puso en el sillón, de rodillas y con el pecho apoyado en el espaldar. Las gotas de sudor corrían por mi cara cayendo al suelo. Entonces ató mis pies a las patas del sillón. Lo hizo de una manera fuerte y concienzuda. En poco tiempo mis piernas quedaron bien sujetas y no las pude mover. Mi culo me escocía hasta el punto de dolerme. Temí haberme hecho daño como aquella vez en Tenerife. El cogió otra vez la vela y volvió a echarme cera por encima y otra vez resistí, me mostré fuerte y no emitía gemido alguno, seguía queriendo que estuviera orgulloso de mi. El dolor de culo se hizo más intenso y entonces se lo dije, le comuniqué lo que estaba sintiendo. Entonces me quitó la cena que me había echado y me acarició, dándome algunos golpes. Me fue moviendo hacia atrás hasta que quedé sentado en el suelo y el sillón encima mia. El se acercó y me metió la polla en la boca. Comencé a comérsela, cada vez más fuerte. Las esposas hacían que estuviera en una postura inestable. Entonces me las quitó y pude apoyarme con las manos mientras seguía metiendo su polla en mi boca. Así estuvo un rato hasta que pasó. Entonces me ordenó que me desatara los pies. Tardé un buen rato porque las cuerdas estaban muy fuertes y los nudos eran complicados. El se impacientaba y me gané algún golpe en la cabeza por mi tardanza. Cuando conseguí liberarme me llevó otra vez al sofá donde se sentó y yo me puse a sus pies, apoyando mi cabeza en su rodilla. Hablamos un poco más. Se interesó como había vivido todo y qué tal estaba. Esa preocupación suya me encanta.
Luego se levantó y me ordenó que recogiera todo mientras Él iba al baño. Así lo hice y me permitió darme una ducha. Luego se la fue a dar El y me ordenó quitarle las botas. Aunque el primer intento salió algo fallido en las otras dos tuve mucho éxito y las botas salieron fácilmente, tanto que me dijo:
-Ya sabes quitar unas botas ¿eh?- aquello me llenó de satisfacción.
Cuando salió del baño y se vistió estaba increíble: pantalón vaquero, camisa de fred-perry negra con líneas grises y botas, brillantes, limpiadas con mi lengua. Me arrodillé ante El y le pedí que se quedara con mi collar marrón, el que solemos usar en nuestras sesiones, para que vea que nadie más lo usa conmigo. El me miró y dijo:
-No, este collar, el marrón, es tu collar. Lo tendrás tú y cuando estés solo te lo pondrás, y te masturbarás con él pensando en mi.
Aquellas palabras me impactaron. Ahora tenía dos símbolos de mi sumisión: el collar que debía ponerme para no olvidar a quien pertenezco y el pañuelo gris al que pegó la etiqueta de entrada a Folsom que estuvo en Berlin.
Salimos fuera y me acompañó al coche. Estaba realmente increíble. Hablamos de nuestro próximo encuentro y entonces, de forma inesperada para El, me arrodillé y le besé las botas. Cuando me levanté estaba sonriendo y me dijo:
-Tienes que hacer esto de nuevo en el yumbo.
Con estas palabras retumbando en mis oídos me fui, sabiendo que estaba cruzando unos límites que me costaría volver atrás, si algún día volvía. Hay algunas fronteras que se cruzan y sabes que no tienen vuelta atrás.

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