Había quedado con J y C para dar una vuelta a la Isla. Estuve delante de su casa cinco minutos antes de la hora prevista y toqué el timbre. Como siempre me hicieron esperar. Cuando aparecieron venían muy cargados. C. llevaba sus botas y pantalones de cuero, camiseta negra y una chupa militar de camuflaje. J iba con zapas blancas y negras y vaqueros y vaqueros con camiseta blanca. Les abrí la puerta del coche y partimos hacia el sur. Pronto llegamos a Mogán y paramos en un mirador, en una degollada. Allí tuvimos la primera sesión. Nos adentramos un poco por un camino de tierra. Allí, semiocultos de los vehículos, C me pisó varias veces, me hizo quitarle las botas y olérselas y me hicieron varias fotos con ellos encima mia, de rodillas, sirviéndoles, etc. Se mostró muy duró porque me pegó varias patadas en los huevos y la polla. Disfrutaba mucho viéndome la cara retorcida de dolor. Varias veces me hizo tumbar sobre el suelo lleno de piedras mientras él se subía encima. J miraba y sacaba fotos. Me obligaban a cambiar de postura. Especialmente intenso fue cuando C me hizo quitarle las botas y lamerle los pies con los calcetines puestos. Luego me obligó o oler las botas mientras ponía sus pies en mis muslos. No debían tocar el suelo. Cuando quiso terminar con esa parte me ordenó que se las pusiera, presionando con mi pecho.
Estábamos muy enfrascados pero tuvimos que dejarlo porque un grupo de turistas aparcó cerca de nuestro coche y se acercaron. Volvimos y ellos llegaron antes porque, como me habían dicho, yo siempre debía mantenerme por detrás. Fue especialmente divertido cuando llegué y les abrí la puerta de delante y de atrás para que entraran porque un turista que estaba cerca se quedó mirando con una cara de sorpresa y de interrogación total. La verdad es que su era un poema.
Seguimos rumbo y tras una parada para comprar productos de la tierra llegamos a San Nicolás de Tolentino. Fuimos hasta el muelle a ver el mar y comer allí. C y J se quitaron las cmaisas y mientras disfrutábamos de unas sardinas y una paella C no hacía sino presionar y meter su bota en mi entrepierna. Cuando terminamos de comer o en la misma comida entre plato y plato me dedicaba a acariciarla.
Cuando terminó la comida nos fuimos a una especie de parque cerca de donde se celebra una de las fiestas más populares de la Isla, la fiesta del Charco. Allí, y sin importar que una pareja de la Guardia Civil estuviera patrullando por allí, volvieron a usarme. Esta vez C me tuvo la mayor parte del tiempo tumbado mientras me ponía la bota encima de la cara, el pecho o los genitales. Varias veces se subió encima mia teniendo que soportar sobre mi pecho todo su peso. En esas ocasiones casi me quedaba sin aire y no podía respirar. Eso le excitaba enormemente porque bastaba que me arrodillase delante suya para que se le pusiese dura la polla. J estaba paseando por allí y de vez en cuando venía y sacaba alguna foto.
El tramo más largo y pesado, como siempre, fue el camino de La Aldea a Agaete. Allí llegamos casi de noche. Vimos la llegada del Ferry de Tenerife. J se separó para ver la escollera de cerca y C y yo seguimos paseando, siempre a un paso por detrás suya. El paseo marítimo estaba en obras y había una caseta como de materiales, abierta y aparentemente vacia. Entramos y me arrodillé para lamerle las botas. Inmediatamente se empalmó. Pero ví una chaqueta y chalecos reflectantes y temía que entrara alguien.
Volvimos al coche y de camino a Las Palmas paramos en Arucas. Fuimos a una cafetería justo frente a la Iglesia. No había nadie y nos sentamos. Enseguida C puso la bota derecha en mi entrepierna. Solo la bajó cuando la camarera vino a tomar el pedido y a traer las cosas. Yo tenía las manos sucias así que me levanté para ir al baño. Había terminado de secármelas e iba a salir cuando apareció él. Con una orden imperativa señaló el retrete y me dijo “¡Entra!”. Obedecí y se subió al inodoro, se bajó los pantalones y me fue guiando: comerle la polla, comerle los huevos, acariciarle las botas y los pantalones. Me ordenó que le quitara las botas y las oliera. Estuve con la nariz metida en las botas bastante tiempo, mientras él se masturbaba.. Los dos intentábamos que no se oyera demasiado. Tenía miedo que en cualquier momento apareciera la camarera. Volvimos a empezar: polla, huevos, botas y entonces no pude más y se corrió. No sé si su gesto fue más de placer o de dolor al tener que contenerse y no poder gritar pero fue espectacular. Recuerdo como una gota de su leche cayó en la manga de mi jersey. Nos limpiamos y salimos. No había ni rastro de la camarera y J estaba hablando por el móvil. Nos sentamos y C volvió a poner su bota entre mis piernas y ya a acariciarlas.
El resto del viaje fue conducción y conversación amena pero sin nada particularmente trascendente. Quedamos para el lunes por la tarde dedicarlo a la ciudad y a conocerla. No sé si tendremos oportunidad de más movida de botas.
Estábamos muy enfrascados pero tuvimos que dejarlo porque un grupo de turistas aparcó cerca de nuestro coche y se acercaron. Volvimos y ellos llegaron antes porque, como me habían dicho, yo siempre debía mantenerme por detrás. Fue especialmente divertido cuando llegué y les abrí la puerta de delante y de atrás para que entraran porque un turista que estaba cerca se quedó mirando con una cara de sorpresa y de interrogación total. La verdad es que su era un poema.
Seguimos rumbo y tras una parada para comprar productos de la tierra llegamos a San Nicolás de Tolentino. Fuimos hasta el muelle a ver el mar y comer allí. C y J se quitaron las cmaisas y mientras disfrutábamos de unas sardinas y una paella C no hacía sino presionar y meter su bota en mi entrepierna. Cuando terminamos de comer o en la misma comida entre plato y plato me dedicaba a acariciarla.
Cuando terminó la comida nos fuimos a una especie de parque cerca de donde se celebra una de las fiestas más populares de la Isla, la fiesta del Charco. Allí, y sin importar que una pareja de la Guardia Civil estuviera patrullando por allí, volvieron a usarme. Esta vez C me tuvo la mayor parte del tiempo tumbado mientras me ponía la bota encima de la cara, el pecho o los genitales. Varias veces se subió encima mia teniendo que soportar sobre mi pecho todo su peso. En esas ocasiones casi me quedaba sin aire y no podía respirar. Eso le excitaba enormemente porque bastaba que me arrodillase delante suya para que se le pusiese dura la polla. J estaba paseando por allí y de vez en cuando venía y sacaba alguna foto.
El tramo más largo y pesado, como siempre, fue el camino de La Aldea a Agaete. Allí llegamos casi de noche. Vimos la llegada del Ferry de Tenerife. J se separó para ver la escollera de cerca y C y yo seguimos paseando, siempre a un paso por detrás suya. El paseo marítimo estaba en obras y había una caseta como de materiales, abierta y aparentemente vacia. Entramos y me arrodillé para lamerle las botas. Inmediatamente se empalmó. Pero ví una chaqueta y chalecos reflectantes y temía que entrara alguien.
Volvimos al coche y de camino a Las Palmas paramos en Arucas. Fuimos a una cafetería justo frente a la Iglesia. No había nadie y nos sentamos. Enseguida C puso la bota derecha en mi entrepierna. Solo la bajó cuando la camarera vino a tomar el pedido y a traer las cosas. Yo tenía las manos sucias así que me levanté para ir al baño. Había terminado de secármelas e iba a salir cuando apareció él. Con una orden imperativa señaló el retrete y me dijo “¡Entra!”. Obedecí y se subió al inodoro, se bajó los pantalones y me fue guiando: comerle la polla, comerle los huevos, acariciarle las botas y los pantalones. Me ordenó que le quitara las botas y las oliera. Estuve con la nariz metida en las botas bastante tiempo, mientras él se masturbaba.. Los dos intentábamos que no se oyera demasiado. Tenía miedo que en cualquier momento apareciera la camarera. Volvimos a empezar: polla, huevos, botas y entonces no pude más y se corrió. No sé si su gesto fue más de placer o de dolor al tener que contenerse y no poder gritar pero fue espectacular. Recuerdo como una gota de su leche cayó en la manga de mi jersey. Nos limpiamos y salimos. No había ni rastro de la camarera y J estaba hablando por el móvil. Nos sentamos y C volvió a poner su bota entre mis piernas y ya a acariciarlas.
El resto del viaje fue conducción y conversación amena pero sin nada particularmente trascendente. Quedamos para el lunes por la tarde dedicarlo a la ciudad y a conocerla. No sé si tendremos oportunidad de más movida de botas.