¿dónde parar? ¿dónde termina la sumisión? ¿en dónde está el límite? la respuesta que le surge al objeto de estas preguntas es sencilla: donde diga el Dueño, donde el Dueño quiera, donde el Dueño desee. la idea de la pertenencia, de la dependencia total implica que ni puedes elegir eso. desde la última visita el objeto se siente ante un vasto horizonte sin límites, sin fronteras, donde todo es posible. estar bajo las botas del Dueño, sin pronunciar palabra durante dos días, hizo que se confirmara todo lo que habíamos estado trabajando durante la pandemia, a distancia. no fue forzado, no hubo necesidad, salió espontáneamente. ahora el objeto ha comprobado que el Dueño lo moldea, lo instruye y lo guía para conformarlo al gusto del Dueño. en un momento dado el Dueño expresó uno de sus deseos más profundos y radicales: tener al objeto encapuchado la mayor parte del tiempo, sin rostro. y junto a ese el de mantenerlo, cuando no estuviera usándolo, como una mera decoración, atado y amordazado en un rincón. en aquel momento el Dueño expresó que eran deseos irrealizables porque eran imposibles. hoy el objeto cree que no hay nada imposible. era imposible estar en castidad y llevar la jaula permanentemente. era imposible estar mudo y en silencio todo el tiempo. era imposible que el objeto reportara cada hora donde estaba y lo que estaba haciendo.... y esas cosas son ahora realidad. lo imposible no es algo irrealizable, sino algo que todavía no hemos conseguido.
sumisión en silencio, castidad y obediencia ciega.
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