el objeto es un objeto, incluso que poco a poco va olvidando el nombre que el Dueño le dio como objeto, 420. hasta un número parece demasiado, aunque lo que realmente es demasiado es tener un nombre. ¿para qué sirve cuando eres un objeto? uno no le pone nombre a sus botas, a pesar de que, para el Dueño, sus botas son casi su objeto más preciado. las cuida, le excitan, las usa... y le han costado su dinero. por eso el objeto no puede compararse a ellas, de hecho se considera incluso inferior a ellas, por lo que debería vivir por debajo de su nivel. lamerlas es un regalo, ser pisado por ellas una bendición. las botas del Dueño deben ser veneradas, no por ellas mismas sino porque llevan al Dueño y porque, para el objeto, ellas representan al mismo Dueño. en un mundo ideal a lo más que llegaría el objeto sería a verlas constantemente. de hecho la educación estipula que, cuando acompañe al Dueño por la calle, sus ojos se mantengan bajos, fijos siempre en las botas del Dueño. es algo que tiene que recordar cada día el objeto porque va con el Dueño esporádicamente, pero ir ligeramente por detrás suya, con los ojos en las botas es una forma ideal de marcar la diferencia y expresar la sumisión del objeto con respecto al Dueño.
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