en el instituto siempre se había burlado de él, le había insultado y golpeado y en más de una ocasión lo había visto marcharse llorando. sin embargo diez años más tarde, cuando lo encontró en el bar, no pudo sino arrodillarse ante él y suplicarle que lo dominara. había cambiado su cuerpo, su actitud, pero sobre todo su mirada. ahora, atado y amordazado a la cruz sabía que él se vengaría de todo lo que le había hecho. tenía el látigo en la mano y era momento de ajustar cuentas.
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