debajo de la capucha de cuero su cara ardía de vergüenza. su Amo le había atado a la cruz del bar y durante esa noche decenas de manos le habían tocado, varias bocas le habían comido la polla, le habían metido dedos por el culo, e incluso se habían corrido encima suya. con la capucha no pudo ver nada, y con la mordaza no había podido decir nada. ahora sólo quería que el Amo lo salvara, lo desatara y lo llevara a casa. nunca pensó que llamaría casa a su celda en la mazmorra.
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