la escena era impresionante. el esclavo sólo llevaba botas y chaps, colgado por las manos del techo, con la polla a punto de estallar mientras unas pinzas colgaban de sus pezones y el Amo lo azotaba con golpes regulares y sistemáticos del látigo de varias colas.
sin embargo lo que más le impresionó fue la cara. ni una mueca, ni un gesto, ni un sonido. cada golpe parecía llevar al esclavo más lejos porque fuera donde fuese, el esclavo no estaba allí.
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