estaba en la biblioteca, como siempre. Eran las siete de la mañana. Acababa de llegar de desayunar y estaba haciendo un poco de tiempo leyendo el periódico. Entonces apareció El, a mi lado, casi como materializado, venido de ninguna parte. El suelo se hundió bajo mis pies, el corazón me dio un vuelco, en parte por ser El y en parte por haber aparecido de esa forma. Vestía una chaqueta de cuero marrón. Se la había visto antes, no era de cuero brillante sino algo parecido al ante. La camisa y el pantalón iban a juego. No veía sus pies. Me miró y pareció disfrutar con mi cara de sorpresa. Hizo un movimiento de cabeza y fui a recoger mis cosas. Cuando salí de la biblioteca El me estaba esperando en la puerta y ya pude ver sus pies. Llevaba unos zapatos modernos, como marrones desgastados, decorados con unas especies de puntadas en los bordes y terminaban rectos en la punta. La verdad es que me sorprendieron un poco, pero estaba en estado de shock por la sorpresa. Me preguntó un sitio para desayunar y fuimos a una cafetería que hay cerca de allí. Por el camino hablamos de que había llegado la noche anterior y que posiblemente no podríamos vernos y que por eso había ido a la biblioteca. Que le esperaba un día duro de trabajo y que nos veíamos ahora porque luego no podría. Me preguntó a qué hora terminaba de trabajar y le dije que a las dos. Era demasiado tarde para El.
En esto llegamos a la cafetería. Había tres policía, varios chóferes, algunos oficinistas preparados para la jornada y nosotros. yo ya había desayunado y pedí un croissant vegetal y un café con leche para El y un cortado para mi.
Nos sentamos mientras nos lo traían y yo seguía nervioso, casi histérico. Sin duda su poder sobre mi era mucho y aumentaba cada vez más. Estaba a su izquierda y no pude evitar echar un vistazo de nuevo a sus pies. Entonces me di cuenta de que no eran zapatos, sino botas, unas botas que pasaban por zapatos, duras, brillantes, nuevas, geniales. El se dio cuenta de mi cara de asombro.
-¿No te habías dado cuenta de que eran botas?- negué con la cabeza.
-Son nuevas, mi última adquisición
-Entonces ¿no se las ha limpiado nadie aún?- pregunté
-No- dijo El con media sonrisa.
-¿Puedo ver hasta donde llegan?
El asintió y disimuladamente le toqué el pie. Eran altas, llegaban muy arriba en las pantorrillas y un poco por debajo de las rodillas. No eran lisas sino que estaban ricamente repujadas. El color era llamativo porque era marrón, pero tampoco era del todo así. Eran muy morbosas y le quedaban estupendamente bien.
-Como ahora han de ser rugosas para que las laman....-sentenció El misteriosamente.
Nos trajeron el pedido y comimos, bueno comió El mientras yo me bebía el cortado. Estaba excitado y nervioso, muy nervioso.
-¿Qué te pasa?-preguntó El
-Me ha sorprendido su visita. Además Usted sigue produciendo este efecto en mi, el de hacerme perder los nervios.
Aquello pareció agradarle. Me siento incapaz completamente de tutearlo o sentirme tranquilo en su presencia.
De vez en cuando se me iba la vista hacia las botas nuevas. El por supuesto, se dio cuenta y estaba complacido. Cuando terminamos le pedí permiso para ir al baño y me lo concedió. El baño era bastante cutre. Estaba en un pasillo que hacía las veces de almacén. Oriné como pude y cuando iba a salir se abrió la puerta y entró El. Apenas cabíamos los dos pero no importaba porque yo encogí. Me agarró y me atrajo hacia El mientras me daba un beso. Realmente invadió mi boca y yo me dejé hacer, le entregué el control una vez más. Aún sujetándome por el cuello me movió hasta quedar El al lado del retrete. Subió la pierna y puso la bota sobre el borde. El pantalón subió hasta casi dejarla al descubierto. Bastó un dedo suyo señalando la bota para que cayera de rodillas y comenzara a lamerla. Poco importaba que estuviera en un retrete sucio y cutre, o que el bar estuviera lleno de gente, lo único que me importaba era El y mostrarle mi sumisión. Le lamí las botas de arriba a abajo en pocos segundos. Entonces El me levantó tirándome del cuello de la camisa, y me hizo a un lado mientras orinaba. Yo salí del retrete y justo cuando acababa de cerrar la puerta me di cuenta de que no debería estar allí, sino dentro. Volví a entrar y me arrodillé delante del lavamanos con la boca abierta. El me miró desde arriba con media sonrisa y negó con la cabeza.
-Sólo quería ayudarle a limpiarla- dije intentando justificarme.
El volvió a negar sin quitar esa media sonrisa, disfrutando de negarme algo que deseaba, disfrutando de tener el control. Entonces salí y lo esperé fuera, aún con su sabor en mi boca, el sabor de su bota y de su beso.
Fuimos por la calle Triana dirección al Mercado de Vegueta. Por el camino estuvimos hablando de lo genial que sería que yo fuera su asistente, que estuviera trabajando para El además de ser su esclavo sexual. A El pareció gustarle la idea y dijo:
-No sé si funcionaría pero al menos sabría donde estás en cada momento.
Esta frase se me quedó grabada porque señalaba el grado de control que quiere conseguir de mi. Luego hablamos de que recibe un montón de propuestas de gente que quiere venir a servir a su casa como criado doméstico, que al parecer está a la orden del día en Europa. Le comenté que un esclavo/ secretario/ asistente es lo mejor porque no sólo se asegura la fidelidad sino la devoción y la garantía del esfuerzo por hacer el mejor trabajo ya que el sumiso sentiría vergüenza de hacerlo mal. Sería incluso un plus que el sueldo no podría garantizar en ninguna otra persona. En estas reflexiones llegamos a la furgoneta que estaba aparcada en la esquina de la calle de los Balcones, justo por la salida a la autopista de los coches que pasan por el Mercado. Subo a la furgoneta y me pongo aún más nervioso. No puedo mirarlo a la cara. Su poder sobre mi es aún mayor. Siento su peso. Casi estoy temblando ¿casi? No puedo controlar mi cuerpo en su presencia....ni siquiera mi cuerpo. El se da cuenta de mi estado y pregunta de nuevo.
-¿Qué te pasa?
-Usted no es consciente del poder que tiene sobre mi- contesto yo. Se que estoy diciendo algo que le dará aún más poder pero no puedo evitarlo.
Me mira profundamente a los ojos y dice:
-¡Sube atrás!
Bajo del asiento delantero y me subo atrás, allí los cristales están oscurecidos. La ciudad ya está en plena ebullición. La gente va a sus trabajos y los alumnos a clase. Gran parte de ellos pasan precisamente por ese cruce.
Me subo atrás y El entra por la otra puerta. Sube un pie sobre el asiento y me llama con el dedo. Yo me arrodillo delante suya y pongo mi cabeza en su entrepierna. Noto su polla dura, bastante dura, me quito las gafas y las pongo en el sillón de delante. Vuelvo a sumergirme en EL. Mis mejillas recorren su entrepierna mientras mis manos tocan su bota izquierda, la derecha está sobre el sillón, extendida. me tira de la camisa y me levanta hasta su cara. Me siento incapaz de mirarlo a los ojos a pesar de estar a pocos centímetros. Me mantiene así un rato y luego me da otro beso largo, profundo, posesivo. Me baja hasta dejarme de nuevo de rodillas delante suya, en el poco espacio entre los asientos trasero y delantero. Entonces se saca su miembro y me lo como, hasta la garganta, todo él, hasta el fondo y empiezo los movimientos que le gustan. Se le escapa algún gemido. Me saca la polla de la boca y no sé cómo cambia de postura mostrándome la bota. Es hermosa.
-¡Limpia!- dice
Y yo lo hago con devoción y entrega, no puedo hacer otra cosa, la recorro toda, su rugosidad me araña la lengua pero no me importa. Lamo incluso la suela pero El me detiene al segundo lengüetazo. Noto algo de tierra en la boca. El sabe que ya no tengo voluntad y me acerca para un nuevo beso. Cuando me separa miro hacia fuera un segundo. La calle está llena de gente que va y viene. Me siento como si estuviera haciéndolo en la calle.
-¿qué miras? ¿crees que te ven?
-no Señor, lo siento, Señor.
Me empuja hacia abajo y me hace repetir la operación con la otra pierna. Luego vuelve a sacarse la polla y se la como. En dos o tres ocasiones me dan arcadas, pero sus gemidos de placer me animan a seguir. Noto como entra en mi boca, dura, enhiesta, gorda y como va abriéndose paso hacia mi garganta.
Me levanta y me pone de nuevo ante su cara, me besa y me dice:
-¿qué quieres hacer?
-solo quiero servirle, Señor, hacer lo que Usted quiera- El sonríe maliciosamente. Nuestros ojos están, esta vez si, frente a frente. Quiero que vea mi alma.
-¿seguro?. Pues hoy no vas a trabajar.
-si Señor- contesto sin dudarlo y sin apartar la mirada. El parece sorprendido y me escruta los ojos y ve la verdad. Estoy dispuesto. He llegado a un punto donde haré lo que diga sin importar nada. El se da cuenta de que voy en serio.
Me empuja y presiona mi cabeza contra el asiento poniéndome la pierna encima. Mi campo de visión está limitado por la bota que me presiona
-¡Limpia!-dice de nuevo y obedezco.
Estamos así un buen rato hasta que vuelve a sacarse la polla y vuelvo a comérsela. Sigue muy dura y esta vez gime más. Noto su respiración agitada. Entonces me vuelve a levantar y vuelve a besarme. Cuando lo hace me dejo ir, es como si no existiera nada más. Luego me mira fijamente.
-anda, vamos, que vas a trabajar.
-lo de antes lo dije en serio Señor
-lo sé-contesta El.
Nos arreglamos y pasamos delante. Me siento extrañamente tranquilo. No soy yo el que decide. Es una tranquilidad que da la sumisión y la obediencia. Siento como si hubiese dado un paso importante. Arranca la furgoneta y ponemos rumbo a mi trabajo. Por el camino hablamos y seguí dándole más poder, quería saberlo todo sobre mi y todo le fui diciendo, sin secretos, sin reservas, transparente, perdiendo completamente el control. Durante todo el rato tuve una enorme erección que no bajaba.
Cuando llegamos me costaba bajarme de la furgoneta. Realmente no quería apartarme de su presencia.
-¿cómo voy a trabajar hoy?-pregunté.
-de la mejor manera posible, con el sabor de la polla de tu Amo en tu boca.
-¡ah, ¿es Usted mi Amo?- pregunté. Siempre me ha dicho que para llamarlo así tendría que ganármelo y siempre he sido muy cuidadoso en eso porque considero que las palabras tienen un valor y que hay que saber usarlas adecuadamente.
El sonrió con sorna pero no dijo nada. Me despedí y marché al trabajo con su sabor en mi boca.
En esto llegamos a la cafetería. Había tres policía, varios chóferes, algunos oficinistas preparados para la jornada y nosotros. yo ya había desayunado y pedí un croissant vegetal y un café con leche para El y un cortado para mi.
Nos sentamos mientras nos lo traían y yo seguía nervioso, casi histérico. Sin duda su poder sobre mi era mucho y aumentaba cada vez más. Estaba a su izquierda y no pude evitar echar un vistazo de nuevo a sus pies. Entonces me di cuenta de que no eran zapatos, sino botas, unas botas que pasaban por zapatos, duras, brillantes, nuevas, geniales. El se dio cuenta de mi cara de asombro.
-¿No te habías dado cuenta de que eran botas?- negué con la cabeza.
-Son nuevas, mi última adquisición
-Entonces ¿no se las ha limpiado nadie aún?- pregunté
-No- dijo El con media sonrisa.
-¿Puedo ver hasta donde llegan?
El asintió y disimuladamente le toqué el pie. Eran altas, llegaban muy arriba en las pantorrillas y un poco por debajo de las rodillas. No eran lisas sino que estaban ricamente repujadas. El color era llamativo porque era marrón, pero tampoco era del todo así. Eran muy morbosas y le quedaban estupendamente bien.
-Como ahora han de ser rugosas para que las laman....-sentenció El misteriosamente.
Nos trajeron el pedido y comimos, bueno comió El mientras yo me bebía el cortado. Estaba excitado y nervioso, muy nervioso.
-¿Qué te pasa?-preguntó El
-Me ha sorprendido su visita. Además Usted sigue produciendo este efecto en mi, el de hacerme perder los nervios.
Aquello pareció agradarle. Me siento incapaz completamente de tutearlo o sentirme tranquilo en su presencia.
De vez en cuando se me iba la vista hacia las botas nuevas. El por supuesto, se dio cuenta y estaba complacido. Cuando terminamos le pedí permiso para ir al baño y me lo concedió. El baño era bastante cutre. Estaba en un pasillo que hacía las veces de almacén. Oriné como pude y cuando iba a salir se abrió la puerta y entró El. Apenas cabíamos los dos pero no importaba porque yo encogí. Me agarró y me atrajo hacia El mientras me daba un beso. Realmente invadió mi boca y yo me dejé hacer, le entregué el control una vez más. Aún sujetándome por el cuello me movió hasta quedar El al lado del retrete. Subió la pierna y puso la bota sobre el borde. El pantalón subió hasta casi dejarla al descubierto. Bastó un dedo suyo señalando la bota para que cayera de rodillas y comenzara a lamerla. Poco importaba que estuviera en un retrete sucio y cutre, o que el bar estuviera lleno de gente, lo único que me importaba era El y mostrarle mi sumisión. Le lamí las botas de arriba a abajo en pocos segundos. Entonces El me levantó tirándome del cuello de la camisa, y me hizo a un lado mientras orinaba. Yo salí del retrete y justo cuando acababa de cerrar la puerta me di cuenta de que no debería estar allí, sino dentro. Volví a entrar y me arrodillé delante del lavamanos con la boca abierta. El me miró desde arriba con media sonrisa y negó con la cabeza.
-Sólo quería ayudarle a limpiarla- dije intentando justificarme.
El volvió a negar sin quitar esa media sonrisa, disfrutando de negarme algo que deseaba, disfrutando de tener el control. Entonces salí y lo esperé fuera, aún con su sabor en mi boca, el sabor de su bota y de su beso.
Fuimos por la calle Triana dirección al Mercado de Vegueta. Por el camino estuvimos hablando de lo genial que sería que yo fuera su asistente, que estuviera trabajando para El además de ser su esclavo sexual. A El pareció gustarle la idea y dijo:
-No sé si funcionaría pero al menos sabría donde estás en cada momento.
Esta frase se me quedó grabada porque señalaba el grado de control que quiere conseguir de mi. Luego hablamos de que recibe un montón de propuestas de gente que quiere venir a servir a su casa como criado doméstico, que al parecer está a la orden del día en Europa. Le comenté que un esclavo/ secretario/ asistente es lo mejor porque no sólo se asegura la fidelidad sino la devoción y la garantía del esfuerzo por hacer el mejor trabajo ya que el sumiso sentiría vergüenza de hacerlo mal. Sería incluso un plus que el sueldo no podría garantizar en ninguna otra persona. En estas reflexiones llegamos a la furgoneta que estaba aparcada en la esquina de la calle de los Balcones, justo por la salida a la autopista de los coches que pasan por el Mercado. Subo a la furgoneta y me pongo aún más nervioso. No puedo mirarlo a la cara. Su poder sobre mi es aún mayor. Siento su peso. Casi estoy temblando ¿casi? No puedo controlar mi cuerpo en su presencia....ni siquiera mi cuerpo. El se da cuenta de mi estado y pregunta de nuevo.
-¿Qué te pasa?
-Usted no es consciente del poder que tiene sobre mi- contesto yo. Se que estoy diciendo algo que le dará aún más poder pero no puedo evitarlo.
Me mira profundamente a los ojos y dice:
-¡Sube atrás!
Bajo del asiento delantero y me subo atrás, allí los cristales están oscurecidos. La ciudad ya está en plena ebullición. La gente va a sus trabajos y los alumnos a clase. Gran parte de ellos pasan precisamente por ese cruce.
Me subo atrás y El entra por la otra puerta. Sube un pie sobre el asiento y me llama con el dedo. Yo me arrodillo delante suya y pongo mi cabeza en su entrepierna. Noto su polla dura, bastante dura, me quito las gafas y las pongo en el sillón de delante. Vuelvo a sumergirme en EL. Mis mejillas recorren su entrepierna mientras mis manos tocan su bota izquierda, la derecha está sobre el sillón, extendida. me tira de la camisa y me levanta hasta su cara. Me siento incapaz de mirarlo a los ojos a pesar de estar a pocos centímetros. Me mantiene así un rato y luego me da otro beso largo, profundo, posesivo. Me baja hasta dejarme de nuevo de rodillas delante suya, en el poco espacio entre los asientos trasero y delantero. Entonces se saca su miembro y me lo como, hasta la garganta, todo él, hasta el fondo y empiezo los movimientos que le gustan. Se le escapa algún gemido. Me saca la polla de la boca y no sé cómo cambia de postura mostrándome la bota. Es hermosa.
-¡Limpia!- dice
Y yo lo hago con devoción y entrega, no puedo hacer otra cosa, la recorro toda, su rugosidad me araña la lengua pero no me importa. Lamo incluso la suela pero El me detiene al segundo lengüetazo. Noto algo de tierra en la boca. El sabe que ya no tengo voluntad y me acerca para un nuevo beso. Cuando me separa miro hacia fuera un segundo. La calle está llena de gente que va y viene. Me siento como si estuviera haciéndolo en la calle.
-¿qué miras? ¿crees que te ven?
-no Señor, lo siento, Señor.
Me empuja hacia abajo y me hace repetir la operación con la otra pierna. Luego vuelve a sacarse la polla y se la como. En dos o tres ocasiones me dan arcadas, pero sus gemidos de placer me animan a seguir. Noto como entra en mi boca, dura, enhiesta, gorda y como va abriéndose paso hacia mi garganta.
Me levanta y me pone de nuevo ante su cara, me besa y me dice:
-¿qué quieres hacer?
-solo quiero servirle, Señor, hacer lo que Usted quiera- El sonríe maliciosamente. Nuestros ojos están, esta vez si, frente a frente. Quiero que vea mi alma.
-¿seguro?. Pues hoy no vas a trabajar.
-si Señor- contesto sin dudarlo y sin apartar la mirada. El parece sorprendido y me escruta los ojos y ve la verdad. Estoy dispuesto. He llegado a un punto donde haré lo que diga sin importar nada. El se da cuenta de que voy en serio.
Me empuja y presiona mi cabeza contra el asiento poniéndome la pierna encima. Mi campo de visión está limitado por la bota que me presiona
-¡Limpia!-dice de nuevo y obedezco.
Estamos así un buen rato hasta que vuelve a sacarse la polla y vuelvo a comérsela. Sigue muy dura y esta vez gime más. Noto su respiración agitada. Entonces me vuelve a levantar y vuelve a besarme. Cuando lo hace me dejo ir, es como si no existiera nada más. Luego me mira fijamente.
-anda, vamos, que vas a trabajar.
-lo de antes lo dije en serio Señor
-lo sé-contesta El.
Nos arreglamos y pasamos delante. Me siento extrañamente tranquilo. No soy yo el que decide. Es una tranquilidad que da la sumisión y la obediencia. Siento como si hubiese dado un paso importante. Arranca la furgoneta y ponemos rumbo a mi trabajo. Por el camino hablamos y seguí dándole más poder, quería saberlo todo sobre mi y todo le fui diciendo, sin secretos, sin reservas, transparente, perdiendo completamente el control. Durante todo el rato tuve una enorme erección que no bajaba.
Cuando llegamos me costaba bajarme de la furgoneta. Realmente no quería apartarme de su presencia.
-¿cómo voy a trabajar hoy?-pregunté.
-de la mejor manera posible, con el sabor de la polla de tu Amo en tu boca.
-¡ah, ¿es Usted mi Amo?- pregunté. Siempre me ha dicho que para llamarlo así tendría que ganármelo y siempre he sido muy cuidadoso en eso porque considero que las palabras tienen un valor y que hay que saber usarlas adecuadamente.
El sonrió con sorna pero no dijo nada. Me despedí y marché al trabajo con su sabor en mi boca.
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