jueves, 12 de enero de 2023

Ficción. Otro apartado de la novela

El Amo presidía la asamblea. Era Amo y Señor de todos allí. Vestía completamente de cuero y llevaba unas altas botas wesco por fuera del pantalón. La gorra que llevaba tenía su insignia y estaba sentado majestuosamente en un sillón que estaba en la cabecera de la larga sala. A sus lados, también de cuero, los capataces, y sentados en bancos pegados a las paredes, mirando hacia el centro, más de una veintena de esclavos. La totalidad de la casa estaba allí. Todos estaban uniformados con el traje de latex, las botas altas de goma y la cadena de metal al cuello. Algunos tenían capucha y otros estaban amordazados de distintas formas, mostrando sus diferentes grados y etapas en el entrenamiento, así como algunos castigos de faltas leves. Pero todos estaban sentados igual: la espalda recta apoyada en la pared, las piernas abiertas a la altura de los hombros y las manos sobre los muslos con las palmas hacia abajo, mirando de frente.
El Amo y Señor hizo una señal casi imperceptible con la cabeza y al fondo se abrió una puerta, apareciendo los dos capataces que faltaban, vestidos de cuero. Llevaban por los brazos a un tío completamente desnudo salvo porque tenía las manos esposadas delante, una cadena con candado cerrada al cuello y una aparatosa mordaza que también mostraba un candado. Su cara de temor era evidente y miraba a todos lados, intentando captar una mirada de los esclavos pero fue inútil.
Entre empujones y pasos en falso recorrieron la distancia hasta que estuvieron a unos metros del Amo y Señor. Entonces se levantó el capataz que estaba a su derecha y comenzó a hablar:
-Bienvenido de nuevo, número 8. Para quien no lo sepa -dijo dirigiéndose al resto de asistentes- el número 18 escapó anoche y ha sido devuelto por el regimiento 23, la sección de las puertas del orden encargados de la captura de los esclavos fugitivos.
Nadie pronunció palabra per una especie de ola de energía recorrió la estancia. El Amo y Señor permanecía impasible, pero serio y distante.
-Se ha demostrado que engañaste al número 7, que estaba en la portería para que te dejara salir argumentando que el Amo y Señor te había mandado a un recado.
Todo miraron al lado derecho, a la mitad de la bacada. Allí un esclavo con capucha y otra mordaza agachó la cabeza mirando al suelo.
-Por tanto -continuó el capataz- Se te acusa de mentir, engañar y sobre todo de escapar de la casa. Nuevamente el silencio teñido de tensión. Entonces el Amo y Señor se inclinó acercándose y puso su mano sobre su rodilla. Su voz salió clara y profunda.
-Número 18. no fuiste comprado ni cedido por los tribunales. Tú llamaste a nuestra puerta solicitando ser entrenado. Te hemos tratado como se debe tratar a todo esclavo. No entiendo tu comportamiento.
El número 10 levantó las manos esposadas y como queriendo extenderlas hacia el Amo y Señor y emitió unas palabras que la mordaza convirtió en un gemido y gruñidos. El capataz levantó la mano para hacerlo callar.
-El tiempo de las palabras ha pasado, número 18, deberías haberlo hecho antes y hablar con alguno de los capataces. - Y dirigiéndose al resto de la asamblea preguntó:
-¿Alguien quiere hablar en su nombre". -El silencio hizo que el número 18 bajara las manos y agachara la cabeza.
-¿Nadie?. Entonces emitiremos sentencia. ¿Quién considera al número 18 culpable?
Como si hubieran sido activados por un resorte todos se levantaron y se volvieron contra la pared, dándole la espalda a los que estaban en el centro. Entonces el capataz que había llevado el juicio se volvió a la cabecera y dijo:
-¿Amo?
El Amo y Señor volvió a sentarse recto sin apartar la mirada del número 18. Luego, lentamente miró al capitán y dijo:
-Si, culpable.
Todos volvieron a sus posiciones iniciales . el otro capataz se levantó y se acercó al número 18 y puso delante suya una llave y una piedra anulosa, símbolo de la casa. Volvió a su asiento y el otro capataz volvió a hablar.
-Número 18. Has sido declarado culpable de los cargos. Como no fuiste comprado ni cedido por los tribunales podrás elegir. La llave abre tus esposas y la cadena al cuello. Serás libre y se te expulsará de la casa. Si eliges la pierda recibirán el castigo que ya conoces pero seguirá siendo miembro de la Casa y pertenecerás al Amo y Señor.
Se sentó lentamente y todo el mundo esperó en tensión, mirando hacia el número 10, que seguía con la vista fija en el suelo. Lentamente subió la cabeza hasta mirar al Amo y Señor y sin desviar la mirada se agachó y cogió la piedra.
-¡Sea! -dijo el Amo sin cambiar la expresión.
Entonces soto se desencadenó muy rápidamente. Los que estaban a su lado le dieron la vuelta y lo llevaron hasta el fondo de la sala. Le abrieron las esposas y se las pusieron a la espalda y volvieron a ponerle mirando a la cabecera del tribunal. Le ataron los pies con una brida y uno de ellos le puso al cuello una cuerda que colgaba de una viga. Miró al capataz que había llevado todo el proceso y cuando éste asintió con la cabeza tiró de la cuerda, elevando al número 18.
Normalmente la muerte por ahorcamiento era rápida. El reo se rompía el cuello al caer del patíbulo, pero el número 18 moría de asfixia y era mucho más lento. Intentó librarse, apretando las muñecas, moviendo los pies, buscando un asidero sin encontrarlo. Ahora todos lo miraban mientras gruñía y gemía. Su cara se puso morada y cuando la piedra cayó al suelo supieron que había muerto.
La energía que había recorrido la sala todo el tiempo se calmó volviéndose respeto. Había preferido la Casa a la libertad. Todos salieron en orden, pasando por debajo de él y el número 7 recogió la piedra al salir.

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