viernes, 16 de diciembre de 2022

relato de ficción / novela

II

Por fin T llegó a la comisaría donde trabajaba. No había amanecido aún y el frío seguía siendo intenso por lo que entró. El calor de la calefacción hizo que se quitara las guantes y se abriera la chaqueta, con lo que la cadena y el candado, en esta ocasión cerrado con llave, eran evidentes. El polícía de la puerta lo saludó militarmente. Al igual que algunos con los que se encontró por el pasillo. Los escalafones inferiores siempre eran cubiertos por sumisos. Hacía falta ser Amo para poder llegar a inspector jefe o por encima. Era una cuestión lógica. Ellos tenían las aptitudes, las actitudes y los conocimientos. Así estaba organizado todo, así tenía que ser y T agradecía que así fuera porque no se imaginaba teniendo que tomar ciertas decisiones. De hecho la mayoría de las bajas del cuerpo se producían por eso. Cuando un esclavo llegaba a un punto de sumisión en que era incapaz de cualquier iniciativa, se le sacaba del cuerpo. Normalmente acababan encerrados de por vida en las mazmorras de sus Amas y Amos, haciendo tareas domésticas o realizando trabajos que no requerían contacto con otros o algún tipo de elección.
Al llegar a la tercer planta, usando las escaleras por supuesto ya que los ascensores estaban reservados para los Dominantes, se dirigió hacia su mesa, viendo a su compañera cerca. Cuando llegó ante ella se cuadró, inclinó todo su cuerpo en señal de respeto y cuando se irguió dijo:
-Buenos días, Úrsula, espero que haya tenido una buena noche.
-Buenos días T- contestó ella- espero que tu Amo se encuentre bien.
-Lo está, gracias, Señora- respondió T.
Úrsula era una dominatrix trans extremadamente atractiva y dura. Tenía una cuadra de esclavos que eran la envidia de muchas en el departamento. Por supuesto no necesitaba trabajar. Lo hacía para no aburrirse y por una cuestión ética. Quería hacer un mundo mejor. Sus esclavos trabajaban lo suficiente para mantenerla pero ella prefería estar activa. Siempre iba impecable, normalmente de latex. Lo prefería al cuero y tenía un cuerpo escultural, además de amenazante. Era la compañera perfecta. No solo respetaba a T a pesar de ser un esclavo, sino que era muy inteligente y su conocimiento de las mentalidades sumisas había ayudado a resolver más de una situación. Hoy llevaba un corsé ajustado, gabardina y unas botas hasta las rodillas, con unos tacones de infarto. T entendió perfectamente que los esclavos heteros se volvieran locos con ella.
-¿Algo nuevo, Señor?
-Parece que no, T, pero el jefe acaba de llegar así que no me extrañaría que hubiera pasado algo esta noche. ¿Tienes ganas de acción?
-No más de lo normal, Señora.
-¿Qué tal llevas lo de la jaula? -preguntó ella cambiando un poco el tono de voz.
-Regular, Señora -contestó T- Es algo nuevo y aún estoy acostumbrándome.
Hacía una semana que el Amo había decidido que T llevara, de forma permanente, un dispositivo de castidad. Había muchos modelos en el mercado y el Amo había elegido uno de silicona. Los prefería a los de metal por ser más ligeros y más fáciles de limpiar. Desde el primer momento el Amo lo había dejado claro y había ido acostumbrando a T a llevarlo. Las primeras noches habían sido las peores porque apenas pudo dormir. Le despertaban las erecciones matutinas y eran muy dolorosas. Poco a poco se había ido acostumbrando pero cuando le dijo que iba a llevarla siempre, el mundo se le vino a los pies. Existía una razón para que el Amo hubiera tomado la decisión tan pronto. T lo sabía y sabía que Él lo había hecho por su bien.
Justo en ese momento se abrió el despacho del fondo y se oyó la voz del jefe.
-¡Eh, vosotros dos, venid aquí que tenemos un caso!
Como siempre T esperó a que Úrsula comenzar a caminar. Él tenía que ir siempre un paso tras ella. Podrían acusarlo de cualquier cosa, pero no de saber su lugar en el mundo.
La oficina del jefe estaba lujosamente decorada con madera. Antes del apagón era inconcebible que un inspector jefe tuviera esa oficina. Sin embargo en el nuevo sistema el trabajo de los esclavos había hecho que todo mejorase. Nadie holgazaneaba, nadie se escaqueaba. El trabajo era un valor incuestionado y eso que nadie recibía un salario. La base de todo el sistema era el trueque, el intercambio de créditos, y los créditos eran horas de trabajo. Se pagaban en función de lo que costaba hacer algo. Por supuesto las Amas como Úrsula eran las dueñas y las que gestionaban los créditos que ella producía y los que producían todos sus esclavos y esclavas. Por eso no necesitaba trabajar. T recordaba que esta oficina había sido reformada precisamente por uno de esos esclavos, un carpintero muy hábil en el uso de la madera y daba gusto estar allí. Además era inconcebible hacer mal el trabajo. Eso implicaba un castigo del Amo o Ama y ningún esclavo quería llegar hasta ese punto.
Cuando entraron Úrsula se sentó en el sillón de cuero y T se arrodilló a su lado. Así lo establecían las normas. Era impensable que estuviera sentado en presencia de dos Dominantes. El jefe fue el primero que habló.
-Tenemos una muerte en la Casa Arjona. El Amo Lucio no sabe nada, de hecho ha sido Él quien ha avisado, así que en principio queda descartado un ajusticiamiento o una práctica que se ha salido de madre. Vayan allí y aclaren lo que ha ocurrido.
T y Úrsula se miraron y respondieron con un "Si, Señor", al unísono. Se levantaron, T se adelantó y abrió la puerta del despacho para que Úrsula saliera, luego se volvió hacia el jefe e hizo una ligera inclinación de cabeza. Alcanzó a Úrsula en dos pasos pero no dijo nada. Siempre era Ella, como Ama, la que tenía que comenzar la interacción.
-Es muy raro, ¿verdad T? Los homicidios cayeron tras las Leyes Restauradoras.
-Si,Señora.
Úrsula se refería a las leyes que establecieron la esclavitud voluntaria hace años. Desde entonces el control, las normas de interacción, la formación de Superiores e inferiores había reducido el índice de criminalidad al mínimo. Las Amas y Amos corregían, castigaban y reformaban. Apenas llegaban casos a los tribunales, hasta el punto de que se hicieron innecesarios. La vida estaba regulada, fuertemente regulada, y el propio sistema se reajustaba a sí mismo.
-Yo conduzco -dijo Úrsula mientras T le abría la puerta del coche para que entrara. Rápidamente dio la vuelta al vehículo para entrar por el lado del copiloto y salieron del garaje con un acelerón.

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