II
Por fin T llegó a la comisaría donde
trabajaba. No había amanecido aún y el frío seguía siendo intenso por lo
que entró. El calor de la calefacción hizo que se quitara las guantes y
se abriera la chaqueta, con lo que la cadena y el candado, en esta
ocasión cerrado con llave, eran evidentes. El polícía de la puerta lo
saludó militarmente. Al igual que algunos con los que se encontró por el
pasillo. Los escalafones inferiores siempre eran cubiertos por sumisos.
Hacía falta ser Amo para poder llegar a inspector jefe o por encima.
Era una cuestión lógica. Ellos tenían las aptitudes, las actitudes y los
conocimientos. Así estaba organizado todo, así tenía que ser y T
agradecía que así fuera porque no se imaginaba teniendo que tomar
ciertas decisiones. De hecho la mayoría de las bajas del cuerpo se
producían por eso. Cuando un esclavo llegaba a un punto de sumisión en
que era incapaz de cualquier iniciativa, se le sacaba del cuerpo.
Normalmente acababan encerrados de por vida en las mazmorras de sus Amas
y Amos, haciendo tareas domésticas o realizando trabajos que no
requerían contacto con otros o algún tipo de elección.
Al llegar a
la tercer planta, usando las escaleras por supuesto ya que los
ascensores estaban reservados para los Dominantes, se dirigió hacia su
mesa, viendo a su compañera cerca. Cuando llegó ante ella se cuadró,
inclinó todo su cuerpo en señal de respeto y cuando se irguió dijo:
-Buenos días, Úrsula, espero que haya tenido una buena noche.
-Buenos días T- contestó ella- espero que tu Amo se encuentre bien.
-Lo está, gracias, Señora- respondió T.
Úrsula era una dominatrix trans extremadamente atractiva y dura. Tenía
una cuadra de esclavos que eran la envidia de muchas en el departamento.
Por supuesto no necesitaba trabajar. Lo hacía para no aburrirse y por
una cuestión ética. Quería hacer un mundo mejor. Sus esclavos trabajaban
lo suficiente para mantenerla pero ella prefería estar activa. Siempre
iba impecable, normalmente de latex. Lo prefería al cuero y tenía un
cuerpo escultural, además de amenazante. Era la compañera perfecta. No
solo respetaba a T a pesar de ser un esclavo, sino que era muy
inteligente y su conocimiento de las mentalidades sumisas había ayudado a
resolver más de una situación. Hoy llevaba un corsé ajustado, gabardina
y unas botas hasta las rodillas, con unos tacones de infarto. T
entendió perfectamente que los esclavos heteros se volvieran locos con
ella.
-¿Algo nuevo, Señor?
-Parece que no, T, pero el jefe
acaba de llegar así que no me extrañaría que hubiera pasado algo esta
noche. ¿Tienes ganas de acción?
-No más de lo normal, Señora.
-¿Qué tal llevas lo de la jaula? -preguntó ella cambiando un poco el tono de voz.
-Regular, Señora -contestó T- Es algo nuevo y aún estoy acostumbrándome.
Hacía una semana que el Amo había decidido que T llevara, de forma
permanente, un dispositivo de castidad. Había muchos modelos en el
mercado y el Amo había elegido uno de silicona. Los prefería a los de
metal por ser más ligeros y más fáciles de limpiar. Desde el primer
momento el Amo lo había dejado claro y había ido acostumbrando a T a
llevarlo. Las primeras noches habían sido las peores porque apenas pudo
dormir. Le despertaban las erecciones matutinas y eran muy dolorosas.
Poco a poco se había ido acostumbrando pero cuando le dijo que iba a
llevarla siempre, el mundo se le vino a los pies. Existía una razón para
que el Amo hubiera tomado la decisión tan pronto. T lo sabía y sabía
que Él lo había hecho por su bien.
Justo en ese momento se abrió el despacho del fondo y se oyó la voz del jefe.
-¡Eh, vosotros dos, venid aquí que tenemos un caso!
Como siempre T esperó a que Úrsula comenzar a caminar. Él tenía que ir
siempre un paso tras ella. Podrían acusarlo de cualquier cosa, pero no
de saber su lugar en el mundo.
La oficina del jefe estaba
lujosamente decorada con madera. Antes del apagón era inconcebible que
un inspector jefe tuviera esa oficina. Sin embargo en el nuevo sistema
el trabajo de los esclavos había hecho que todo mejorase. Nadie
holgazaneaba, nadie se escaqueaba. El trabajo era un valor incuestionado
y eso que nadie recibía un salario. La base de todo el sistema era el
trueque, el intercambio de créditos, y los créditos eran horas de
trabajo. Se pagaban en función de lo que costaba hacer algo. Por
supuesto las Amas como Úrsula eran las dueñas y las que gestionaban los
créditos que ella producía y los que producían todos sus esclavos y
esclavas. Por eso no necesitaba trabajar. T recordaba que esta oficina
había sido reformada precisamente por uno de esos esclavos, un
carpintero muy hábil en el uso de la madera y daba gusto estar allí.
Además era inconcebible hacer mal el trabajo. Eso implicaba un castigo
del Amo o Ama y ningún esclavo quería llegar hasta ese punto.
Cuando entraron Úrsula se sentó en el sillón de cuero y T se arrodilló a
su lado. Así lo establecían las normas. Era impensable que estuviera
sentado en presencia de dos Dominantes. El jefe fue el primero que
habló.
-Tenemos una muerte en la Casa Arjona. El Amo Lucio no sabe
nada, de hecho ha sido Él quien ha avisado, así que en principio queda
descartado un ajusticiamiento o una práctica que se ha salido de madre.
Vayan allí y aclaren lo que ha ocurrido.
T y Úrsula se miraron y
respondieron con un "Si, Señor", al unísono. Se levantaron, T se
adelantó y abrió la puerta del despacho para que Úrsula saliera, luego
se volvió hacia el jefe e hizo una ligera inclinación de cabeza. Alcanzó
a Úrsula en dos pasos pero no dijo nada. Siempre era Ella, como Ama, la
que tenía que comenzar la interacción.
-Es muy raro, ¿verdad T? Los homicidios cayeron tras las Leyes Restauradoras.
-Si,Señora.
Úrsula se refería a las leyes que establecieron la esclavitud
voluntaria hace años. Desde entonces el control, las normas de
interacción, la formación de Superiores e inferiores había reducido el
índice de criminalidad al mínimo. Las Amas y Amos corregían, castigaban y
reformaban. Apenas llegaban casos a los tribunales, hasta el punto de
que se hicieron innecesarios. La vida estaba regulada, fuertemente
regulada, y el propio sistema se reajustaba a sí mismo.
-Yo
conduzco -dijo Úrsula mientras T le abría la puerta del coche para que
entrara. Rápidamente dio la vuelta al vehículo para entrar por el lado
del copiloto y salieron del garaje con un acelerón.
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