III.
Hicieron el camino en silencio. A T no se le estaba permitido comenzar ninguna conversación. Si había algo urgente miraba a Úrsula e inclinaba la cabeza pidiendo permiso. El tiempo pasado juntos había hecho que ella reconociera esas señales inmediatamente. Era una Ama experta, y con bastantes esclavos y esclavas. Por supuesto T o le había preguntado si se había operado o cómo controlaba y gozaba con sus sumisos y sumisas. Hubiera sido una falta de educación imperdonable que su Amo habría castigado duramente. Porque cada día, después del trabajo, cuando llegaba a casa, el Amo reservaba un momento para que T se arrodillara ante Él y confesara todo lo que el Amo debía saber. No se trataba solo de las faltas, sino también de sus deseos, de sus pensamientos, de lo que había ocurrido durante el día. Era como vaciar el alma. T se arrodillaba ante el Amo, inclinaba la cabeza para mirar sus botas, y comenzaba a hablar sin evaluar, sin medir las palabras, sin valorarlas. El Amo sabía inmediatamente cuando no lo estaba haciendo bien y bastaba una fuerte bofetada para ponerlo en su sitio, para hacerle ver que iba por mal camino. Entonces T rectificaba.
Esto había sido así casi desde el principio. Tras aquella orden de
"Sígueme", en aquella primera noche. T dejó la cerveza recién comenzada y
comenzó a caminar tras el Amo hacia el exterior. Estaba como en trance
porque no veía nada más. Su cuerpo parecía estar en piloto automático.
Apenas tuvo conciencia de que estaba empalmado como no recordaba haber
estado en mucho tiempo y que estaba muy excitado. En la calle había un
pequeño grupo de lederones que dejaron de hablar cuando salieron los
dos. Inmediatamente se dieron cuenta de lo que estaba pasando y se
impuso entre ellos un silencio respetuoso. Que un Amo y un esclavo se
encontraran con la posibilidad de que no pasara a ser posesión del Otro
era un momento especial que todos habían pasado. Esa mezcla de recuerdo y
respeto hizo que sonriera.
El Amo ni los miró. Dobló hacia la
derecha y siguió caminando al mismo ritmo. T sí que los vio. Agachó la
cabeza y siguió al Amo hasta el callejón de al lado, donde estaba la
entrada al aparcamiento. El lugar estaba muy oscuro, y el cuero negro no
ayudaba precisamente a distinguir las sombras y T pensó que había
perdido al Amo, pero entonces unas manos lo agarraron fuertemente por
los hombros y lo empujaron hacia una columna. En un rápido movimiento
esas manos pusieron sus brazos a su espalda y los sujetaron como si
fueran cadenas mientras, de nuevo, el Amo volvía a comerle la boca. T se
dejó ir, sintiendo como tomaban su aliento, su saliva, su carne. Su
polla estaba a punto de estallar, contenida por el cuero que estaba
siendo puesto a prueba. Su cerebro había dejado de funcionar. Era todo
sensaciones y sentimientos, emociones y deseo. Ni siquiera notó como el
Amo le sujetó las dos muñecas a su espalda con una mano y luego, en un
rápido movimiento le esposó las muñecas con esposas de metal. Cuando
estuvo asegurado, el Amo dejó de besarle y se apartó unos segundos.
Entonces T hizo ademán de cogerlo y acercarlo de nuevo y se dio cuenta
de que no podía.
-¿Qué...? -dijo
Pero entonces el Amo le puso el dedo enguantado en la boca y le dijo:
-Ssshhhh. No hables. No lo necesitas. Yo sé lo que te hace falta. Lo que has estado buscando. ¿Confías en mí?
La pregunta cogió a T por sorpresa. Aquello iba en contra de todas las
normas de seguridad que les habían enseñado. En determinadas temporadas
los pseudoamos hacían cosas que iban contra el Protocolo y algún sumiso
salía mal parado. Pero T ni se lo planteó. La reacción le salió
espontáneamente. Asintió con la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario