el objeto ya no tiene miedo. no tiene miedo al dolor. al comenzar este viaje lo tenía. siempre se ha definido como un fetichista y nunca como un masoquista puro, que disfruta con el dolor. tampoco en estos momentos cree que haya llegado a ese punto, pero ya no le tiene miedo a sentir el dolor del látigo, o el de las pinzas, o el de cualquier castigo que el Dueño quisiera imponerle. la razón no es física, sino profundamente psicológica: la certeza y seguridad de que todo lo que hace el Dueño con el objeto es por su bien, por el bien del objeto. teniendo esta máxima como principio de actuación el objeto no puede sino entregarse al Dueño y saber que si le da cincuenta latigazos, es por su bien. o si le pone pinzas en el pecho, es por su bien. o si le ata de una forma incómoda y tensa, es por su bien. o que si le aplica descargas eléctricas, es por su bien. no hay nada más. eso es todo lo necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario