por la mañana el objeto volvía a estar solo y, como ordenó el Dueño ayer, iba a pasarla esposado, con el collar y amordazado. a primera hora, como cada día, Dueño y objeto hablaron y el objeto comunicó al Dueño que no respiraba bien. entonces el Dueño prefirió que no se pusiera nada.
aquello sentó mal al objeto porque se sintió que había fallado al Dueño. a los pocos minutos confesó esos sentimientos al Dueño, y entonces Éste tiró de la correa y apretó la cadena. realmente no dijo nada.
mientras el objeto confesaba que se había sentido mal se dio cuenta de que no podía decirle eso al Dueño. el objeto desde que fue degradado a la categoría de objeto, siempre ha usado las botas del Dueño como referente. ellas son más valiosas que el objeto y no se quejan, no sienten, sólo son utilizados cuando el Dueño las usa, y ese uso, les da vida. cuando se las quita el Dueño las aparta y almacena hasta que decida usarlas de nuevo. no hay quejas, ni protestas, ni anhelos, por su parte, de ser usadas. la vida del objeto no tiene ni debe ser diferente.
una vez compartida esta reflexión con el Dueño la única respuesta que recibió el objeto fue un sencillo "Por fin lo has entendido": al leerlo el objeto se sintió profundamente humillado y avergonzado.
a partir de ahí todo fue un reforzamiento por parte del Dueño del hecho de que el objeto no sólo no tiene derecho a decidir, a pensar, a elegir, sino que tampoco tiene que sentir. es algo que ya experimentaba el objeto. bastaba una palabra suya para que el objeto se sintiera en la gloria o en le infierno. una palabra del Dueño es suficiente.
sumisión en silencio, castidad y obediencia ciega.
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