sábado, 18 de octubre de 2014

minirelato

Llevaba una semana con la jaula puesta, y cada vez más se me parecía una prisión. No me dejaba mear de pie, cada erección dolía muchísimo, especialmente de noche. Y no podía correrme. Y aunque se me había ocurrido varias veces quitármelo, no lo hice. En parte, fue porque no sabía a quién recurrir. Pero también porque, por extraño que me parecía, quería volver.

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